Me considero una persona apasionada por la mente humana que cree en la vida. Aquí podréis disfrutar de mis pensamientos mas profundos sobre el amor, la psicología, la filosofía, el arte, la poesía, la danza, la música, la libertad, la educación, la sensibilidad, la sensualidad el erotismo, la creatividad, la esperanza entre otras cosas... arcoiris2015amor@gmail.com
lunes, 19 de octubre de 2015
Elisabeth Kübler Ross
La primera psiquiatra, Elisabeth Kübler Ross, que describió las fases de la muerte: pánico, negación, depresión, pacto y aceptación, que se convirtieron en un clásico de la psiquiatría. Pero su mayor inspiración la encontró siempre en los niños. Elisabeth afirmaba que los más pequeños eran sin duda también los más valientes a la hora de encarar la muerte, los que comprendían mejor que ésta suponía una liberación. El símbolo de la mariposa se convirtió en un emblema de su trabajo, porque para Kübler-Ross la muerte era un renacimiento a un estado de vida superior. Los niños -afirmaba- lo saben intuitivamente; si no les contagiamos nuestros miedos y nuestro dolor, ellos tienen la capacidad de enseñarnos muchas cosas
Elisabeth Kübler Ross y escritora de varios libros refiere estas frases aqui escritas y compartida con vosotros.
A Elisabeth no le quedaron dudas: morir es tan natural como nacer y crecer, algo que el materialismo de nuestra cultura niega y esconde.
Un libro interesante. La rueda de la vida
De una carta a un niño enfermo de cáncer: “Cuando hemos realizado la tarea que hemos venido a hacer en la Tierra, se nos permite abandonar nuestro cuerpo, que aprisiona nuestra alma al igual que el capullo de seda encierra a la futura mariposa. Llegado el momento, podemos marcharnos y vernos libres del dolor, de los temores y preocupaciones; libres como una bellísima mariposa, y regresamos a nuestro hogar, a Dios”.
La única realidad incontrovertible de mi trabajo es la importancia de la vida.
Siempre digo que la muerte puede ser una de las más grandiosas experiencias de la vida. Si se vive bien cada día, entonces no hay nada que temer.
Mis experiencias me han enseñado que no existen las casualidades en la vida. Las cosas que me ocurrieron tenían que ocurrir.
Todo el mundo sufre contratiempos en la vida. Cuanto maás numerosos son más aprendemos y maduramos.
La adversidad sólo nos hace más fuertes.
Cuando se aprende la lección, el dolor desaparece.
Durante toda la vida se nos ofrecen pistas que nos recuerdan la dirección que debemos seguir.
El mayor reglao que nos ha hecho Dios es el libre albedrío, que coloca sobre nuestros hombros la responsabilidad de adoptar las mejores resoluciones posibles.
Creo que toda persona tiene un espíritu o ángel guardián. Ellos nos ayudan entre la vida y la muerte y también a elegir a nuestros padres antes de nacer.
para mí era una pesadilla ser trilliza. No se lo desearía ni a mi peor enemigo. Éramos iguales, recibíamos los mismos regalos, las profesoras nos ponían las mismas notas. Era una carga psíquica pesada de llevar.
Odiaba a los nazis, y los odié aún más cuando los soldados suizos confirmaron los rumores de la existencia de campos de concentración para judíos.
Mi creencia de que ningún Dios, y mucho menos mi concepto de Dios, podía estar contenido bajo ningún techo ni ser definido por ninguna ley o norma creada por el hombre.
Eva era la fe. Erika la esperanza. Y yo el amor.
En aquel tiempo, antes de que se inventara la penicilina, a los que padecían enfermedades venéreas se los trataba como ahora a los enfermos de sida; se les temía y rechazaba, se los dejaba abandonados y aislados. Me dirigí en seguida al deprimente sector del hospital donde se encontraban las pacientes. Creo que eso es lo que distingue a las personas que se sienten llamadas a la profesión médica y las que lo hacen por dinero.
Mi gratitud era inmensa por la oportunidad de servir a personas que necesitaban asistencia.
Comprendí que esos soldados nazis eran seres humanos derrotados, desmoralizados, hambrientos y asustados ante la idea de volar en pedazos en sus campos minados, y me dieron lástima
La maldad de la Alemania nazi recibió su merecido durante la guerra y cuando ésta terminó sus atrocidades continuaron siendo juzgadas.
El destino se parece mucho a la fe; ambas cosas exigen una ferviente confianza en la voluntad de Dios.
Golda: “Tu también serías capaz de hacer eso. Si hubieras sido criada en la Alemania nazi. Te sorprendería ver todo lo que eres capaz de hacer. Fácilmente podrías haberte convertido en el tipo de persona capaz de hacer eso. Hay un Hitler en todos nosotros”.
Como Hitler. Si dedicara mi vida, que me fue perdonada, a sembrar las semillas del odio, no me diferenciaría en nada de él. Sería simplemente otra víctima más que intenta propagar más y más odio. La única manera como podemos encontrar la paz es dejar que el pasado sea el pasado.
El psiquiatra que más influyó en mi trabajo con la muerte y los moribundos fue C. G. Jung.
Desde el momento en que entré en la Facultad de Medicina, comencé a hacer planes para ser médica rural. En Suiza eso es lo normal, forma parte del trato. Los médicos recien titulados comienzan a ejercer la profesión en el campo.
El sistema era muy eficiente. Producía buenos médicos, cuya primera consideración era el enfermo, muy por delante de la paga.
La medicina tiene sus límites, realidad que no se enseña en la facultad. Otra realidad que no se enseña es que un corazón compasivo puede sanar casi todo.
Unos cuantos meses en el campo me convencieron de que ser buen médico no tiene nada que ver con anatomía, cirugía ni con recetar los medicamentos correctos. El mejor servicio que un médico puede prestar a un enfermo es ser una persona amable, atenta, cariñosa y sensible.
Es posible que no obtengamos lo que deseamos, pero Dios siempre nos da lo que necesitamos.
Mis superiores advirtieron mi éxito y me preguntaron en qué teoría se basaba mi método. Yo no tenía ninguna. Hago cualquier cosa que me parece correcta después de conocer a la paciente. No se las puede atontar con drogas y luego esperar que mejoren. Hay que tratarlas como personas. Las conozco por sus nombres. Conozco sus hábitos. Y ellas responden.
El conocimiento va muy bien, pero el conocimiento solo no va a sanar a nadie. Si no se usa la cabeza, el alma y el corazón, no se puede contribuir a sanar ni a un solo ser humano.
No existe ni un solo moribundo que no anhele cariño, contacto o comunicación. Los moribundos no desean ese distanciamiento sin riesgos que practican los médicos. Ansían sinceridad.
Ser enfermera es un arduo trabajo.
Existen misterios de la mente, de la psique, y el espíritu que no se pueden investigar al microscopio ni con reacciones químicas.
Mi tesis era la simple idea de que los médicos se sentirían menos violentos ante la muerte si la entendieran mejor, si sencillamente hablaran de cómo es morir.
Había muchísimo que aprender sobre la vida escuchando a los moribundos.
Tal vez el principal obstáculo que nos impide comprender la muerte es que nuestro inconsciente es incapaz de aceptar que nuestra existencia deba terminar. Para la mente del médico la muerte significaba otra cosa: un fracaso.
Yo no podía dejar de observar que todo el mundo en el hospital evitaba el tema de la muerte.
Si no se tiene una buena vida, incluso en los momentos finales, entonces no se puede tener una buena muerte.
Mi objetivo era romper esa capa de negación profesional que prohibía a los enfermos hablar de sus preocupaciones más íntimas.
Todas las teorías y toda la ciencia del mundo no pueden ayudar a nadie tanto como un ser humano que no teme abrir su corazón a otro.
Siempre he dicho que los moribundos han sido mis mejores maestros, pero hacía falta tener valor para escucharlos. Expresaban sin temor su insatisfacción respecto a la atención médica, y no se referían a la falta de cuidados materiales sino a la falta de compasión, simpatía y comprensión.
Las lecciones enseñadas por cada una de estas personas se resumían en el mismo mensaje: vive de tal forma que al mirar hacia atrás no lamentes haber desperdiciado la existencia, vive de tal forma que no lamentes las cosas que has hecho ni desees haber actuado de otra manera, vive con sinceridad y plenamente, Vive.
El pecado, aparte de provocar culpabilidad y miedo, ¿para qué sirve? No hace otra cosa que dar trabajo a los psiquiatras.
Todo cambió con los milagrosos adelantos de la medicina. Era gratificante, emocionante. Pero también creó problemas, porque la gente se engañó con la ilusión de que la medicina podía arreglarlo todo. Se presentaron dilemas éticos, morales, legales y económicos no previstos. Vi que ciertos médicos, antes de tomar una decisión, consultaban con compañías de seguros, no con otros médicos.
El verdadero problema es que no tenemos un auténtica definición de la muerte.
Si una persona que estuvo muerta era capaz de recordar algo tan extraordinario como los esfuerzos de los médicos por revivirla después de que perdiera las constantes vitales, entonces era probable que otras personas también pudieran recordarlo.
Si la persona no está preparada para las experiencias místicas, nunca va a creer en ellas. Pero si está receptiva, abierta, entonces no sólo las tiene y cree en ellas, sino que alguien puede cogerla y suspenderla en el aire con un pulgar y va a saber que ese alguien es absolutamente real.
Los niños eran incluso mejores maestros que los adultos. A diferencia de éstos, los niños no habían acumulado capas y capas de “asuntos inconclusos”. No se sentían obligados a simular que todo iba bien. Por intuición sabían lo enfermos que estaban e incluso que se estaban muriendo, y no ocultaban los sentimientos que eso les producía. La mayor dificultad están escucharlos y hacerles caso.
Se puede ayudar a los enfermos moribundos hasta sus últimos momentos.
Hasta entonces yo nunca había creído que existiera una vida después de la muerte, pero todos los casos me convencieron de que no eran coincidencias ni alucinaciones.
Los sujetos no sólo nos decían que esas experiencias de muerte no eran dolorosas sino que explicaban que no querían volver. “No es el momento” era algo que oían prácticamente todos.
Esos extraordinarios hallazgos condujeron a la conclusión científica aún más extraordinaria de que la muerte no existe en el sentido de su definición tradicional.
Los moribundos pasan por cinco fases: rabia, negación, regateo, depresión y aceptación. Sea cual sea la causa de la muerte, en la muerte no hay dolor, miedo, ansiedad ni pena. Sólo se siente el agrado y la serenidad de una transformación en mariposa.
En la primera fase las personas salían flotando de sus cuerpos. Experimentaban también la salud total.
Segunda fase: las personas decían haberse encontrado en un estado después de la muerte que sólo se puede definir como espíritu y energía. Eran capaces de ir a cualquier parte a la velocidad del pensamiento. En esta fase se encontraban también con sus ángeles guardianes, o guías, o compañeros de juego, como los llamaban los niños.
Tercera fase: entraban en lo que por lo general describían como un túnel o una puerta de paso, aunque también con otras diversas imágenes, por ejemplo un puente, un paso de montaña, un hermoso riachulo. Al final veían una luz brillante. Allí sentían entusiasmo, paz, tranquilidad y la expectación de llegar por fin a casa. Algunos llamaban Dios, otros decían que era Cristo o Buda. Pero todos estaban de acuerdo en una cosa: se hallaban envueltos por un amor arrollador, la forma más pura de amor, el amor incondicional.
Cuarta fase: en esta fase se encontraban en presencia de la Fuente Suprema. Experimentaban la unicidad, la totalidad o integración de la existencia. En ese estado la persona hacía una revisión de su vida, un proceso en el que veía todos los actos, palabras y pensamientos de su existencia. En esta fase se les preguntaba a las personas: ¿qué servicio has prestado?
El mayor regalo que hizo Dios al hombre es el libre albedrío. Pero esta libertad exige responsabilidad, la responsabilidad de elegir lo correcto, lo mejor, lo más considerado y respetuoso, de tomar decisiones que beneficien al mundo, que mejoren la humanidad.
Todos los seres humanos, al margen de nuestra nacionalidad, riqueza o pobreza, tenemos necesidades, deseos y preocupaciones similares. En realidad, nunca he conocido a nadie cuya mayor necesidad no sea el amor. El verdadero amor incondicional.
Yo digo que para llevar una buena vida y así tener una buena muerte, hemos de tomar nuestras decisiones teniendo por objetivo el amor incondicional y preguntándonos: ¿Qué servicio voy yo a prestar con esto?
Cada persona elige si sale de la dificultad aplastada o perfeccionada.
Pedro: “El libre albedrío es el mayor regalo que recibió el hombre al nacer en el planeta Tierra. En todo momento debemos escoger entre varias posibilidades, en lo que decimos, hacemos y pensamos, y todas las elecciones son terriblemente importantes. Cada una afecta a todas las formas de vida del planeta”.
Tampoco se me había suicidado jamás un paciente. Muchos habían deseado quitarse la vida, pero yo les preguntaba qué era lo que les hacía insoportable la vida. Si era el dolor, les aumentaba la medicación; si eran problemas familiares, trataba de resolverlos; si estaban deprimidos, trataba de ayudarlos a salir de la depresión. El objetivo era ayudar a la gente a vivir hasta que murieran de muerte natural. Jamá ayudaría a un paciente a quitarse la vida. No soy partidaria del suicidio asistido.
He aprendido a no juzgar.
Al suicidarse, la persona podría perderse la lección que debe aprender.
No hay ningún problema del que no podamos obtener algo positivo.
En el interior de cada uno de nosotros hay una capacidad inimaginable para la bondad, para dar sin buscar recompensa, para escuchar sin hacer juicios, para amar sin condiciones.
Al final del primer día ya la mayoría de los reclusos había explicado por qué habían sido encarcelados, e incluso a los más empedernidos les corrían las lágrimas por las mejillas. Durante el resto de la semana casi todos contaron historias de infancias marcadas por abusos sexuales y emocionales.
En el río de lágrimas haz del tiempo tu amigo.
¿Es ésta la asistencia médica moderna?¿Decisiones tomadas por una persona sentada en una oficina y que no ve jamás a sus pacientes?¿Es que el papeleo ha sustituido el interés por las personas? En mi opinión, todos los valores están trastocados.
Había una época en que la medicina consistía en sanar, no en hacer negocio.
En la vida después de la muerte, todos escuchan la misma pregunta: ¿Cuánto servicio has prestado?¿Has hecho algo para ayudar?
La muerte es de suyo una experiencia maravillosa y positiva, pero el proceso de morir, cuando se prolonga como el mío, es una pesadilla. A pesar de todo mi sufrimiento, continúo oponiéndome a Kevorkian, que quita prematuramente la vida a las personas por el simple motivo de que sienten mucho dolor o molestias. No comprende que al hacerlo impide que las personas aprendan las lecciones, cualesquiera que éstas sean, que necesitan aprender antes de marcharse.
Nuestra única finalidad en la vida es crecer espiritualmente. La casualidad no existe.
Mis guías me han reiterado la importancia de hacer del tiempo mi amigo.
Todo el planeta está en dificultades. Ésta es una época muy confusa de la historia. Se ha maltratado a la Tierra durante demasiado tiempo sin pensar para nada en las consecuencias. Las armas, la ambición, el materialismo, la destrucción, se han convertido en el catecismo de la vida, en el mantra de generaciones cuyas meditaciones sobre el sentido de la vida se han desencaminado peligrosamente.
Creo que la Tierra castigará muy pronto estas fechorías. Habrá terribles terremotos, inundaciones, erupciones volcánicas y otros desastres naturales jamás vistos. Debido a lo que la humanidad ha olvidado, habrá muchísimo sufrimiento. Lo sé. Mis guías me han dicho que hay que esperar cataclismos y convulsiones de proporciones bíblicas. ¿De qué otro modo puede despertar la gente?¿Qué otra manera hay de enseñar a respetar la naturaleza y la necesidad de espiritualidad?
Todo lo que nos ocurre en la vida ocurre por un motivo positivo.
La única finalidad de la vida es crecer. La lección última es aprender a amar y a ser amados incondicionalmente.
Le aseguro que las mayores satisfacciones en la vida provienen de abrir el corazón a las personas necesitadas. La mayor felicidad consiste en ayudar a los demás.
No se puede sanar al mundo sin sanarse primero a sí mismo.
Si estamos dispuestos para las experiencias espirituales y no tenemos miedo, las tendremos, sin necesidad de un gurú o un maestro que nos diga cómo hacerlo.
Nadie muere solo. Todos somos bendecidos y guiados.
Es importante que hagamos solamente aquello que nos gusta hacer. Podemos ser pobres, podemos pasar hambre, podemos vivir en una casa destartalada, pero vamos a vivir plenamente. Y al final de nuestro días vamos a bendecir nuestra vida porque hemos hecho lo que vinimos a hacer.
La lección más dfícil de aprender es el amor incondicional.
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