Erase una vez una chica llamada Clarisa, le gustaba ayudar a los seres humanos a ser multilingües y a hablar con fluidez los idiomas de los sueños nocturnos.
Le gustaba caminar por los desiertos, los bosques, los océanos, las ciudades y capitales, los barrios y los castillos. Amiga y madre de aquellas que se han extraviado, de todas las que necesitan aprender, de todas las que tienen un enigma por resolver, de todas las que andan vagando y buscando en el bosque y en el desierto.
Ella es aquella que protesta a voces contra la injusticia, es la que gira como una inmensa rueda.
Un día Clarisa en la edad adulta decide por fin mirarse al espejo, llevaba tiempo sin hacerlo, sólo se miraba para ver como le sentaba la ropa, sólo miraba sin detenerse en aquella persona que a su vez, la observaba desde el otro lado.
De repente vio toda su vida, recordando momentos de su infancia y de la adolescencia hasta la edad adulta. El tiempo pasa, la vida trascurre a través de los cuerpos de todas las personas, lo que le sorprendió es lo que vio dentro. Pudo ver una mirada pura y a una persona ya madura, que cada día espera un mundo más compasivo, lleno de más comprensión donde sigue compartiendo lo que tiene y sin juzgar a los demás y que no debe de esperar nada, para que así sea una gran sorpresa
Clarisa quiso abrazar a esa niña, a la adolescente y a la joven y descubrió que a quien quería abrazar era a ella misma, aquella a la que había regalado al olvido y al abandono.
Recordó a algunas personas que pasaron por su vida y de las que ahora, sólo le queda el recuerdo y el agradecimiento a aquellas personas buenas y a las menos buenas también porque en realidad todos fueron maestros para ella.
De repente sintió el terremoto que presenció en Chile, se encontraba caminando en Viña del Mar, una ciudad preciosa.
Pudo sentir el hormigueo en su cuerpo al recordar el movimiento de tierra que pasó de sus pies hacia su cabeza, una sensación que la hizo sentir que aún estaba viva y a la vez salieron esas emociones guardadas que ya no le pertenecían.
Clarisa vivió en Valparaiso la poesía, la percusión, el canto y la danza muy joven.
Esta chica inquieta a la que le atraían las diferentes culturas quería seguir explorando y decidió tomar otro camino a otro país con un clima muy diferente del que venía.
Para ella el arte era importante y sin arte para ella no hay vida, pues evoca las estaciones del alma o algún acontecimiento especial o trágico del viaje.
Aquel día que Clarisa se miró en el espejo decidió que la chica que la miraba era su amiga, su vida y que sin ella nunca podría seguir siendo y se lo debía a ella misma y a los que la han acompañado en su camino y a los que comparten este plano y a los que no también.
Ella ahora intenta perdonar a los que consideró agresores, y ella está segura de que eran necesarios para poder mirar a los ojos a la que la mira desde el espejo. Clarisa nunca más permitió que la chica que la mira desde el espejo sea su enemiga, ella será quien la recuerde porqué está ahí.
Desde ese día Clarisa encuentra una nueva amiga y comprende que ella es el resultado de una historia escrita en su persona y cuando lo necesita reclama a la niña tímida o la joven rebelde o a la adulta feliz y agradecida, la que mira desde el otro lado es su amiga y sólo le muestra lo que debe ver y que no siempre es lo que desea ver, a veces la sombras de los que ayudaron a escribir su historia y a veces las luces de lo que está por venir.
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