Una mañana temprano, antes de la salida del sol, un
pescador fue al río. Cerca de la orilla sintió algo debajo de sus pies, y
descubrió que era una pequeña bolsa con piedras. Recogió la bolsa y echando la
red a un lado, se acuclilló a la orilla del agua, esperando la salida del sol.
Estaba esperando la luz del día para iniciar su trabajo diario. Perezosamente,
cogió una piedra de la bolsa y la lanzó al agua. «Plop», se oyó en el agua.
Entretenido con el sonido lanzó otra piedra. Al no tener otra cosa que hacer,
siguió lanzando las piedras, una por una...
Poco a poco el sol se levantó. Llegó
la luz. Ya para entonces había lanzado todas las piedras, excepto una. La
última piedra estaba en su palma. Su corazón casi le falló cuando, a la luz del
día, vio lo que tenía en la mano. ¡Era una piedra preciosa! En la oscuridad,
había arrojado muchas de ellas. ¡Cuánto había perdido sin darse cuenta! Lleno
de remordimientos, se maldijo a sí mismo, sollozó, lloró y casi enloqueció de
pesar.
Por accidente, se había encontrado con
una gran riqueza que podría haberle proporcionado un extraordinario bienestar
en su vida. Pero sin darse cuenta, la había perdido en la oscuridad. Y sin
embargo, era afortunado, pues aún le quedaba una gema: la luz había llegado
antes que arrojara la última «piedra». En general, la mayoría no es ni siquiera
tan afortunada.
La oscuridad te rodea por todos lados,
el tiempo se va consumiendo, el sol no ha salido aún y ya hemos
desperdiciado todas las gemas de la vida. La vida es un gigantesco tesoro, y el
hombre no hace otra cosa que desperdiciarla. Cuando nos damos cuenta de la
importancia de la vida, ya se nos ha escurrido entre los dedos. Los secretos,
los misterios, la felicidad, la liberación, el paraíso: todo lo hemos perdido.
Hemos malgastado la vida.
Es difícil instruir a la gente que trata a la vida como a
una bolsa de piedras. Esta gente se irritará si les señalas el hecho de que lo
que están arrojando no son piedras, sino joyas. Se enfurecerán. No debido a que
lo que se les dice sea falso, sino porque se les demuestra su insensatez,
porque se les recuerda lo que han perdido. Sus egos hacen su aparición. Se
enfadan.
Sin embargo, sin importar lo que se
haya perdido hasta ahora, si aún queda un poco de vida, si sólo queda una
«piedra», tu vida aún puede ser salvada. Nunca es demasiado tarde para
aprender. Incluso uno podría beneficiarse. Y especialmente en la búsqueda de la
Verdad, nunca es tarde; no hay motivo para sentirse derrotado.
Pero, debido a nuestra ignorancia, en
medio de la oscuridad, hemos dado por sentado que la bolsa de la vida no es
otra cosa más que una colección de piedras. Los débiles de corazón han aceptado
la derrota antes de hacer un esfuerzo en la búsqueda de la Verdad.
Y ahora hablando del AMOR, El amor se halla en el interior del hombre. No es necesario importarlo desde el exterior. No es una mercancía que debamos adquirir en algún mercado. Está allí, como la fragancia de la vida. Está en el interior de todo el mundo. La búsqueda del amor, la aspiración de alcanzarlo, no es una acción positiva o un acto abierto de acudir a un lugar determinado y extraerlo...
Un escultor se hallaba tallando una
roca. Alguien que había ido a ver cómo se hacía una estatua, observó que no
había indicio alguno de una estatua. Sólo había una roca que era tallada aquí y
allá con cincel y martillo.
El hombre preguntó: «¿Qué estás
haciendo? ¿No vas a hacer una estatua? He venido a ver cómo se hace una
estatua, pero veo que estás cincelando una roca».
El artista respondió: «La estatua se
halla oculta en su interior. No es necesario hacerla. Sólo hay que quitar el
volumen de piedra inútil que la cubre y la estatua aparecerá. Una estatua no se
fabrica: es descubierta. Es desvelada, es traída a la luz».
El amor se halla encerrado en el
interior del hombre: sólo hay que liberarlo. No se trata de producirlo: hay que
descubrirlo. Sin embargo, ¿con qué nos hemos cubierto, qué es lo que le impide
salir?
El amor se halla en nuestro interior. El amor es nuestra naturaleza intrínseca. Es un completo error pedirle al hombre que dé amor. El problema no consiste en crear amor, sino en indagar y descubrir los motivos por los cuales no logra manifestarse. ¿Cuál es el obstáculo, la dificultad? ¿Dónde está el dique que lo refrena?
Si no existen barreras, el amor
aparecerá. No es necesario persuadirle o guiarle. Cada hombre se hallará lleno
de amor si no existen barreras de falsa cultura o de tradiciones degradantes y
dañinas. Nada puede sofocar al amor. El amor es inevitable. El amor es nuestra
naturaleza.
Sólo la energía del sexo puede florecer en amor; pero
todo el mundo, incluyendo a los grandes pensadores de la Humanidad, están en su
contra. La oposición no permite que la semilla germine. El palacio del amor es
saboteado desde sus cimientos. La hostilidad en contra del sexo ha destruido la
posibilidad del amor. Al carbón se le niega la posibilidad de transformarse en
diamante.
Es debido a este concepto fundamental
erróneo que nadie siente la necesidad de atravesar las etapas de aceptación,
desarrollo y transformación del sexo. ¿Cómo podemos transformar algo de lo cual
somos enemigos, ante lo cual nos oponemos, con lo cual estamos en guerra
constante?
Al hombre se le ha impuesto una lucha
constante en contra de su energía. Se le enseña a luchar en contra de la
energía sexual, a oponerse a las tendencias sexuales.
«La mente es veneno; por lo tanto,
lucha contra ella». Pero la mente está en el hombre y el sexo también. Y sin
embargo, se espera del hombre que se encuentre libre de conflictos internos; se
espera de él que tenga una existencia armoniosa. Debe luchar en contra de los
conflictos y también hacer la paz con ellos; esas son las enseñanzas de sus
líderes. Por un lado, hacen que el hombre se vuelva loco, y por el otro,
construyen manicomios para someterlo a tratamiento. Esparcen los gérmenes de la
enfermedad y construyen, paralelamente, los hospitales para curarla.
Otra consideración importante es que el hombre no puede
ser separado del sexo. El sexo es su origen: es allí donde nace. Dios ha
aceptado la energía del sexo como el punto de partida de la creación. ¡Y los
«grandes hombres» lo consideran un pecado, mientras que el mismo Dios no lo
considera así! Si Dios considerara el sexo como un pecado, significaría que no
hay pecador más grande que Dios en este mundo, en el universo.
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