Ludwig Wittgenstein
El pensamiento de Wittgenstein suele dividirse en dos fases bien marcadas por dos obras: la primera se fundamenta con el Tractatus, y la segunda con las Investigaciones filosóficas.
En el Tractatus Wittgenstein deja claro que el
objeto de la filosofía no es el de elaborar sistemas de verdades cerrados, sino
el de desarrollar una actividad clarificadora tendente a establecer una
distinción entre problemas genuinos y problemas carentes de sentido nacidos de
formulaciones lingüísticas erradas: “El libro – escribe en el prefacio – trata
de problemas filosóficos y muestra, según creo, que la formulación de los
mismos se funda en la mala comprensión de la lógica de nuestro lenguaje. Todo
el sentido del libro podría resumirse en las siguientes palabras: todo cuanto puede decirse se puede decir
con claridad; y sobre aquello de lo que no se puede hablar, hay que guardar
silencio”.
Para Wittgenstein
toda proposición es un modelo de un estado de cosas determinado. La capacidad
de expresar los hechos de la realidad depende de la identidad de forma – de estructura lógica – que existe entre el hecho y la
proposición que lo expresa. Las proposiciones significantes pueden reducirse
siempre a proposiciones simples que expresan hechos elementales mediante
procedimientos lógicos. Una proposición será verdadera cuando el estado de
cosas que expresa existe.
Según Wittgenstein
en el lenguaje cotidiano la relación entre las proposiciones y las cosas que
expresan es muy imperfecta. Un ejemplo claro es la proposición “el cuadrado
redondo no existe”, cuya forma sintáctica correcta es “no existe ninguna unidad
que sea redonda y, al mismo tiempo, cuadrada”. Planteada de manera correcta la
proposición no nos llevará a pensar en un objeto imposible llamado cuadrado redondo.
La segunda etapa
del pensamiento de Wittgenstein se centra en el estudio de las formas propias
del lenguaje usual para comprender su mecanismo – filosofía del lenguaje –. La
complejidad de las formas lingüísticas es explicada con la metáfora de los “juegos lingüísticos”. En analogía con
los juegos los lenguajes son concebidos como conjuntos de reglas aprendidas en
la práctica y por costumbre; así, las proposiciones que fueron eliminadas en el Tractatus por su falta de sentido son
ahora tomadas en consideración como partes de un juego con sus propias reglas –
distintas de las de la ciencia o las matemáticas –. De este modo si uno
investiga el uso del lenguaje la variedad de usos lingüísticos se torna claro.
Así las palabras como algunas herramientas tienen una distinta funcionalidad y,
por tanto, hay proposiciones para representar hechos, otras para ordenar, otras
para rezar, etc. Esta diversidad de proposiciones y de flexibilidad lingüística
lleva a reconocer espacios de significación para el lenguaje ético, artístico,
religioso y metafísico.
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