Hablar de
culpa es ponerle palabras a algo que en mayor o menor medida todos conocemos.
Sabemos que la religión se ocupó activamente de sembrarla. De hecho estamos
estigmatizados desde que nacemos por ser frutos del pecado original, ya estamos
entrenados desde nuestra concepción ¡¡menuda cruz!!
Considero que la culpa no es un sentimiento ni una
emoción, sino una acción. Es algo que nos hacemos a nosotros mismos, o mejor,
algo que hacemos en contra de nosotros. Y no me voy a ocupar de aquella culpa
que tiene que ver con asumir la responsabilidad de una falta e intentar
repararla (que refleja madurez y salud mental), sino de la culpa estéril e
inconsciente que oprime solo para castigar.
Ser conscientes, de que para sufrir esta tortura
una parte de nosotros tiene que sentir que se lo merece, es el primer paso para
empezar a mirarla.
La culpa es el verdugo que está al servicio de
aquel que cree que merece castigo.
Si nos damos el tiempo y el espacio para ver más ampliamente y nos abrirnos a la escucha de nosotros mismos, en muchas ocasiones nos encontraremos con un ser culposo que está recibiendo su castigo: el sufrimiento.
Si nos damos el tiempo y el espacio para ver más ampliamente y nos abrirnos a la escucha de nosotros mismos, en muchas ocasiones nos encontraremos con un ser culposo que está recibiendo su castigo: el sufrimiento.
No olvidemos que el sufrimiento está ahí para
aliviar nuestra culpa.
«Merecemos» ese castigo por no encajar con la
imagen idealizada que nos hemos montado de nosotros mismos, o porque no somos
el hijo que nuestros padres querían, o por no ser ese ser que nuestra pareja
desea o por lo que sea que no encaje con nuestras expectativas o con las
expectativas ajenas.
Y sí, puede
haber un culpabilizador externo, pero en todo caso, no haría más que reavivar
el fuego que ya está prendido dentro de aquel que se siente culpable.
Algunos se ahogan en su angustia, otros entran en la espiral de la obsesión, otros se drogan, otros beben, otros se deprimen, entran en la anorexia, se castigan…, y más modalidades de autoagresión que, si estás leyendo esto, seguramente puedes aportar de tu propio repertorio. Pero en muchas ocasiones entramos en esos bucles tormentosos, sin saber cómo salir de ahí y sin identificar qué nos está ocurriendo, únicamente nos limitamos a sufrir (que de eso se trata…, la culpa está ahí para ello: «te lo mereces por ser mal@»). Creencias de tu pasado, eres un niño/a mal@!?
Y bajo el ser que sufre está el enfado, la
frustración y el dolor de quien necesita ser como es, diferente a la
programación que tenían para él, a lo que su pareja espera, y a esa autoimagen idealizada,
y que además se siente «obligado» a ser distinto para ser merecedor del «amor»
de los otros y del suyo propio (entrecomillo «amor», porque ya sabemos que el
verdadero amor pasa por aceptar lo que uno es).
Dice Jorge Bucay, «la culpa es un bozal que sólo encaja en los perros que no muerden».
Cuando no le damos espacio a esa rabia y nos la negamos, la estamos volviendo en contra de nosotros, eso es la culpa.
Cuando no le damos espacio a esa rabia y nos la negamos, la estamos volviendo en contra de nosotros, eso es la culpa.
En definitiva, de lo que estoy hablando es del no permiso que nos damos para ser.
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