El amor es afirmación, una afirmación creativa; nunca es destructivo ni aniquilador, pues, a diferencia del poder, todo lo abraza y todo lo perdona. El amor penetra su objeto y se hace uno con él, mientras que el poder, siendo característicamente dualista y discriminador, aplasta cualquier objeto que se alce contra él o bien lo conquista y lo esclaviza bajo su yugo.
No cualquiera escapa de las garras de un amor distorsionado. Se va por la vida confundiendo el amor con la lucha, con la admiración o la necesidad, y das por hecho que el sufrimiento es algo cotidiano a lo que hay que acostumbrarse. Pasa el tiempo… la persona con la que estás no hace sino llenarte de inseguridades y dudas; el vacío te carcome y te abre desde adentro. “¿Me querrá?” Te preguntas por qué sigue mirando a otras personas, por qué sigues siendo su inspiración pero no su compañía. ¿Será que eres sólo una herramienta más?
Alrededor de grandes personajes siempre habrá historias controvertidas sin contar y Picasso y sus amoríos no son una excepción. Todos conocen al famoso pintor, pero ignoran que detrás del genio, hay una vida, muchas vidas entrelazadas… Una de esas es la de Françoise Gilot, una de las mujeres que el artista quiso hacer parte de su colección de musas de la inspiración, pero que resultó ser mucho más fuerte e independiente de lo que esperó.
Picasso conoció a Françoise cuando él tenía 61 años y ella 21. Él estaba en la cumbre de su existencia artística y ella estudiaba Derecho, era artista y escritora. Lo que tenían en común: su amor por el arte y, por supuesto, la belleza de Françoise hizo que el afamado pintor español fijara en ella su siguiente meta, su siguiente mujer-presa-musa. Y fue así como comenzó un amorío entre los dos artistas.
Para Françoise, Picasso era lo mismo un enigma que un volcán cuya lava expuesta era obvia. Le parecía como el mar: igual de tempestuoso y cambiante, igual de absorbente, fascinante y profundo, pero también con el mismo poder destructivo. Françoise sabía que Picasso era así y fue por ello que nunca dejó de tenerlo presente y en claro: perderlo de vista sería perder también la noción de las cosas.
Lo había visto en la dicha y en la furia, sabía cómo actuaba cuando se enamoraba de alguna mujer y cuando más tarde quería olvidarla: las pintaba a todas durante un periodo completo para poder deshacerse de su amor. Su pintura era su catarsis, pero Françoise también pintaba y comprendía cómo funcionaban esas cosas, así que cuando sintió que él ya estaba haciéndole más daño que bien, decidió irse.
“Soy la única mujer que dejó a Picasso, la única que no se sacrificó al monstruo sagrado(…) Después de todo, mire lo que les ocurrió a las otras. Tanto Marie-Thérèse como Jacqueline se suicidaron (la primera se ahorcó; la segunda se pegó un tiro), Olga se volvió histérica y casi loca. Dora Maar enloqueció”. Al menos así afirmó una Gilot de 90 años en una entrevista que le hizo Jane Hawley recientemente.
“La tragedia de esas otras mujeres es que les complacía que el famoso Picasso las pintara todo el tiempo porque eso las hacía sentirse importantes. Se sentían halagadas, pero estaban atrapadas y vivían a través de él. Pero como yo también soy pintora, ¡creo que eso es una estupidez! Como sabemos perfectamente todos los artistas, aunque Picasso estaba pintando el retrato de una mujer, siempre se trataba de su propio autorretrato. Todas las pinturas de Picasso son un diario de su vida”.
La historia de Françoise es una entre miles: la historia está llena de mujeres que ceden, que nunca logran salirse del yugo que les imponen y con el que crecen, sus historias se convierten en soplidos que apenas escucha el viento. Es por eso que la historia de “la femme fleur“, como Gilot fue llamada por Picasso, es tan importante: es la historia de una mujer que se mantuvo firme en sus decisiones, que se entregó a amar con locura a un genio, a darle su vida y comprensión, y que pudo salir de la trampa cuando se dio cuenta de lo que estaba haciendo con ella.
Tan sin tapujos es la personalidad de Françoise, que cuando se separó de Picasso y se llevó a sus dos hijos con ella, Claude y Paloma, no tardó en sacar un libro titulado “La vida con Picasso”, en el cual no tuvo miras para señalar con agudeza la percepción completa del artista, una: como un hombre encadenado perpetuamente a su propia inventiva, que no podía dejar de transformar cada idea en una obra de arte, con una energía interminable. Y dos: como una persona profundamente enredada entre amoríos, con poca estabilidad emocional y una cierta malicia y oscuridad para conducirse en el mundo. Por supuesto, Picasso enfureció cuando salió publicado, pero ya era demasiado tarde: Françoise se había deslindado ya de cualquier cosa que la atara a él.
Aunque después de leer estos fragmentos no lo parezca, la misma Gilot confiesa que en verdad amó muchísimo a Pablo Picasso y que en su momento, entregó su vida para amarlo y comprenderlo, pero llegó un punto en el que no fue suficiente; ella también quería ser amada y comprendida, y al artista sólo podía admirársele de lejos, siempre con una barrera invisible de quien se cree Dios.
A decir verdad, la entrevista que le concedió Françoise a la periodista Jane Hawley y a la que hacemos referencia en este texto, es sumamente interesante y vale la pena leerla. Y por otro lado, no cabe duda de que, aunque puedas desviarte un poco del camino, cuando tienes claro quién eres y a dónde vas, no importa qué o quién aparezca en tu camino, pues tarde o temprano vas a fluir para continuar. Tal fue el caso de Françoise Gilot.
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