viernes, 15 de abril de 2016

MARILYN Y EL SEXO OPUESTO

Las luces se atenúan pausadamente y la expectación de la gente se calma un poco; sale a escena el rostro más bello que haya existido en esta tierra y, como un susurro, apenas como un suspiro sofocante, de sus labios se entona el mejor “Happy Birthday” jamás cantado. Eso bastó una noche de 1962 para que el mundo entero cayera de nuevo ante los pies de Marilyn Monroe y para que el hombre a quien se le dedicaba esta canción, el expresidente norteamericano John F. Kennedy, le recordara a esta frágil mujer su eterna capacidad para romperle el corazón.

Marilyn, la rubia más sexy de todos los tiempos, no demostró ante el mundo con este acto un respeto hacia el líder de una nación, sino su devoción humana hacia el último hombre que le destrozó el alma e hizo que reconsiderara su lugar en esta vida: el de un símbolo que no estaba destinado al amor.La vida entera de Monroe, quien en realidad se llamaba Norma Jean Mortenson, estuvo marcada por la tragedia y la soledad; desde muy joven, su existencia estuvo acotada por los hombres que le acompañaron como parejas sentimentales y su necesidad de supervivencia en un mundo mordaz.

A los 16 años se vio en la urgencia de contraer matrimonio con un joven llamado James Dougherty para no ser internada en un orfanato tras la carencia económica e inestabilidad mental que su madre experimentaba.Sacudida por una nueva realidad, la del matrimonio, Norma decidió junto con James poner fin a su enlace después de cuatro años mientras este hombre se enrolaba para la Segunda Guerra Mundial. No hubo quizá otra cosa en esta relación mas que una ayuda invaluable y el cariño de una gratitud sincera.

Conforme avanzaron los años y la señorita Mortenson se abría paso entre las filas hollywoodenses a partir de un personaje que le valdría todo – imagen, idolatría, prejuicios, fama y desamor – . El nombre de Marilyn Monroe nacía y una leyenda veía por vez primera el fulgor del reconocimiento. Lamentablemente ese ícono que se creó para sí misma le condenó a diseñar in crescendo una apariencia tonta, superflua y desechable de la que nunca podría escapar, una segunda piel que le arrastraría a la utilización de su figura y su cuerpo de la manera más vil que pudiéramos imaginar.
En ese contexto, con los reflectores encima y la presión de los agentes y el público, ella aceptó una propuesta más de matrimonio, ahora de un mítico jugador de béisbol, a quien dada su falta de atractivo se le ha atribuido un mayor peso mediático que sentimental en el camino de la sex symbol: Joe DiMiaggio.
Situación que posteriormente sería desmentida a partir de unas cartas que entre ambos gigantes del espectáculo se enviarían; el problema estuvo ligado, por otra parte, a los celos y al carácter controlador de Joe. Un hombre que no supo lidiar con el aspecto de su esposa y orilló a ésta en una cornisa de desesperación. Probablemente Marilyn nunca haya tenido un mal sentimiento en contra del beisbolista, pero en definitiva ella no podía estar ligada a un compañero así. De hecho, sostuvieron una gran amistad por el resto de sus días, lo que demostró que el conflicto nunca fue otro.
 
El sentimiento de abandono comenzaba a plagar las horas y las noches de la mujer más sensual en la historia; en uno de sus diarios se alcanzan a leer notas sobre su desesperación al no poder encontrar el verdadero amor y no ser tomada en cuenta como alguien importante, al ser considerada sólo como un cuerpo dispuesto para la fotografía. De hecho, cuando narra uno de sus sueños más traumáticos, cuenta haberse visto en medio de una autopsia realizada por su agente y sorprenderse al ver que estaba hueca, sin nada en su interior. Esa situación le preocupaba de verdad y era por ello que las fotografías realizadas por Eve Arnold, en las que la retrató para Esquire mientras leía el “Ulises” de Joyce, eran sus favoritas.
 

El empeño que ponía en no ser una rubia estúpida y demostrarlo era a veces tan grande que incluso esos cuadros eran extraños para un público que sólo ansiaba verla arrojando un beso al aire mientras guiñaba un ojo.
Su tercer y último matrimonio fue el consumado con un importante dramaturgo de la época, quien pudo haber sido uno de los hombres que devastarían con mayor éxito la mente de Monroe: Arthur Miller. Su unión estuvo protagonizada por el deseo de prensa más que cualquier otro, da la impresión de que Miller planeó en muchos sentidos su enlace con la fiel convicción de adquirir una notoriedad que no podía alcanzar por él mismo. Ella, al pensar que un hombre de tal intelecto podía fijarse en su persona más allá del físico, cayó en una depresión casi insalvable cuando descubrió un diario de él en que la describía como una mujer sin cabeza y en extremo molesta. Su separación fue inminente y la ruptura significó un declive emocional del que nuestra protagonista no pudo huir.
 
 
 
El escándalo con el que culminarían sus historias de amor y desencuentro fue el que, incluso, correspondería a supuestos de complot y asesinato, ése que sostuvo con John F. Kennedy durante un fin de semana en Palm Springs y quizá incontables días. Este amor clandestino no era para nada bien recibido por el mundo político demócrata de ese entonces y la imagen del presidente se veía contundentemente dañada al posicionarse junto a una mujer catalogada de plástica y sin mayor valor. Las barreras con las que tuvo que lidiar Marilyn estaban compuestas de degradación e insultos por parte de los allegados a la presidencia y su acercamiento a Kennedy era siempre truncado por agentes de seguridad.
 
La tristeza cada día eclipsaba más esas pestañas sin par hasta que llegó un día en que se cerraron definitivamente; el médico que atendía a esta diosa del deseo cuenta que durante llamadas antes de ser encontrada muerta en su habitación, ella le explicaba el terrible peso de no ser amada, la pesadilla que significaba no pertenecer a nadie y, en consecuencia, ser de todos, estar sola.
Tras su fallecimiento, Dimaggio lloró amargamente durante su funeral y envío flores a su tumba cada semana durante veinte años, obviando el cariño que siempre se guardaron; asimismo, otras suposiciones o vanos rumores sobre su conexión con otros hombres –Elia Kazan, Marlon Brando, Tony Curtis, Frank Sinatra y Robert Kennedy– salieron a la luz, sólo como una continuación al mito de la femme fatale que no podía consolidar un vínculo real con el sexo opuesto.
 

 
 
 
 

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