Compartimos momentos y la noche ha sido testigo de ellos.
La pasión es desbordante, es difícil saber quién puede
pasar más tiempo sin comenzar a recorrer con sus manos el cuerpo del otro en
una búsqueda que siempre termina con ambos perdiendo la ropa, pero ahora no me
refiero a esas noches. Hablo de aquellas en las que la intimidad sobrepasó la
pasión y que nuestras bocas, en lugar de juntarse, se dedicaron a hablar, a
expresar ideas, opiniones, gustos, críticas, temores y más. Esas veces que, sin
darnos cuenta, la noche se desvaneció y no callamos sino hasta ver los primeros
rayos del sol y romper la mística con la interrogante de qué será lo que
deberíamos desayunar.
Una conversación contigo puede durar cinco minutos, pero
que en ella permanezco horas. Son las cosas que nos decimos, la forma en la que
hablas y me miras como si no existiera algo fuera de mis ojos; es escuchar tu
voz y sentir la vibración de las ondas sonoras rebotando en mí, enamorándome cada
vez más. Charlas, conversaciones…
verdades y confesiones que sólo conocemos nosotros. Lo que hacemos no es
hablar, lo que hacemos es arte.
Nos convertimos en un reflejo del otro, que leemos todo
lo que somos a través de esa mirada. A veces lloramos, a veces reímos; todo sin
decir una sola palabra, pues no necesitamos de eso para entendernos.
Nuestra vida se compone de momentos importantes. Lo que
tú y yo hemos vivido y continuamos viviendo es mi esencia y son esos momentos
que, sin darnos cuenta, guardamos para la posteridad. No dejemos de conversar,
de charlar y de siempre conocernos un poco más, pues aunque hayamos dicho todo,
somos seres cambiantes; nuestros gustos e ideologías se modifican
constantemente, nunca somos la misma persona, pero si de algo estoy segura, es
de amarte seas quien seas.
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